La maestra Inés sólo podía confiar en su amigo, el árabe Riad Halabí, en una situación de extrema importancia. Después de todo, su amistad se remontaba varios años y fue el árabe quien ayudó a Inés el día que asesinaron a su único hijo, y fue también el árabe quien le sugirió poner una pensión en su casa. Por eso Riad no dudó ni un momento cuando la maestra Inés le anunció en su tienda que había matado a un huésped. Al acudir a la escena del crimen Inés le confiesa al turco que siempre supo que tarde que temprano volvería a ver al asesino de su hijo. Riad ayudó a Inés a deshacerse del cadáver sin dejar huella del asesinato. La maestra Inés era querida por todos por su indudable apoyo a los desprotegidos. Todos sentían que algo le debían sea la facultad de leer o el recuerdo del estomago llenó en los días que normalmente no había con qué llenarlo. Todos le debían algo y por eso todos podrían ayudar en algo.
Isabel A. retoma el tema del estranjero con la llegada del turco como en el cuento Tomas Vargas. A este respecto el tema del estranjero cuya llegada es percibida como una contribución positiva puede considerarse como un mensaje político constante de parte de Isabel A.
Tengo la impresión de que Isabel A. defiende la venganza personal (ojo por ojo, diente por diente) o a lo mejor pone en tela de juicio la justicia oficial. La historia de la maestra es muy interesante en el sentido de que ella ha educado la mayoría de la población de la aldea y por lo tanto ha adquirido una posición de jefa moral que a ella le permite quedarse más allá de la justicia oficial. Así que actua como “un rey Salomon”. Ha superado el poder de los curas y otros jueces que representan el orden oficial, el que se impone de hecho por lo general en pueblos o pequeñas ciudades. La autora defiende asimismo la preeminencia del sentido común sobre los enredos judiciales.