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(…) El rescate de los mineros, me dice el entrevistador, es un milagro. Lo más interesante del caso, contesto, consiste precisamente en que no es un milagro. Los mineros se organizaron en forma impecable, dividieron su trabajo con eficacia, mantuvieron la moral muy alta. Entre ellos había un joven boliviano y lo trataron como a un hermano. El más experimentado y maduro tomó la dirección del grupo y su autoridad nunca fue desconocida. Otro se dedicó a enseñar juegos de naipes y a contar historias: asumió la tarea del animador, del entertainer, sin que nadie se la discutiera. El Gobierno, entretanto, tuvo una reacción rápida. Nadie pidió que le escribieran un informe técnico o consultó a la Contraloría General de la República. Se actuó sin la menor burocracia, sin saber de qué ítem presupuestario saldría el dinero, dejando el papeleo para más tarde. (…) Fue una acción donde intervinieron muchos, donde se actuó con la cabeza y con el corazón, con sentido de la adaptación y la flexibilidad, con análisis razonables, certeros.
(El País, 19/10/2010, Jorge Edwards, escritor chileno).