Cuento: Si me tocaras el corazón

Amadeo Peralta pertenecía a una familia de ladrones que eran liderados por su propio padre. Sin embargo, con los cambios en el sistema político el patriarca pensó que había que adecuarse a los nuevos tiempos por lo que instó a sus hijos a contraer nupcias con doncellas de probada reputación para limpiar el maltrecho nombre de la familia. Amadeo era un mujeriego empedernido al que no le agradó mucho la idea. Cortejo a una dama quien temiendo quedarse soltera lo aceptó.

Semanas antes de la boda, Amadeo se encontró a una niña tocando el salterio. Fue fácil para él seducirla y abandonarla sin embargo, la niña apareció tiempo después encendida con la fiebre del amor. Amadeo no tuvo escrúpulos y decidió encerrarla mientras pensaba que hacer con ella. Al principio se encontraba en el sótano con ella y luego de satisfacer sus instintos la dejaba de nuevo sola en medio de la oscuridad. Y así pasaron los años. Durante un olvido prolongado cierto día la encontró moribunda por lo que contrató a una india para que limpiara su estancia y esté al pendiente de ella. Amadeo duplicó la herencia de su padre y en poco tiempo fue el cacique más poderoso de la zona. Y así pasó el tiempo.

Las leyendas se multiplicaron, unos niños aseguraron haber encontrado un lugar –propiedad de Amadeo- que sin duda era la puerta del infierno por los extraños ruidos que ahí se oían. La policía llegó al lugar y fue cuando los rumores y leyendas cobraron verosimilitud. Un despojo humano que recordaba a una mujer había vivido encerrada toda su vida por culpa de Amadeo Peralta. La indiferencia se tornó en indignación por lo que todos quisieron ayudar a Hortensia y hundir al déspota cacique. Amadeo terminó en la cárcel. Hortensia fue atendida por una monjas y –luego de acostumbrarse a la luz y a los demás seres humanos- se encaminaba a la cárcel a tocar el salterio a quien rara vez la dejaba sin comer. Pronto Amadeo, ante aquel reclamo persistente, se abandonó en la oscuridad y la desdicha. 

Cuento: El oro de Tomás Vargas

Tomás Vargas fue un hombre mezquino, avaro, parrandero y mujeriego a más no poder. Su mujer, Antonia Sierra, era de menor edad pero su cuerpo había sido malgastado por numerosos partos y abortos. Todo el pueblo de Agua Santa le temía por violento salvo el dueño del almacén, un árabe de nombre Riad Halabí y la maestra Inés. Antonia Sierra había soportado todas las humillaciones que su marido era capaz de proporcionarle, incluso el tener que recibir a una concubina de nombre Concha Díaz quien llegó al pueblo con la barriga llena de un ser y el corazón destrozado por el seductor. Al principio Antonia se negó a tal descrédito pero con el paso del tiempo llegó a tener compasión por la asustada Concha. Conforme avanzaba el embarazo y el esqueleto de la madre se hacía más evidente, Antonia procuró ayudarla –apoyada en el turco Riad y la maestra Inés- a llevar a buen termino su embarazo. Llegado el día del parto, Tomás se fingió más borracho que de costumbre y así evitar desenterrar el tesoro del que tanto alardeaba. El turco ayudó a Antonia y a Concha por lo que el bebé fue bautizado con su nombre. Pasados unos días, Tomás se dispuso a exigirle a Concha compañía cuando fue interceptado por Antonia quien por primera vez en su vida se opuso a que su marido haga su capricho. Concha secundó la indignación de su protectora por lo que Tomás sintió desventaja y se fue lanzando blasfemias en contra de las mujeres.

Entonces, ante la inminente alianza de su esposa y concubina, Tomás busco un nuevo entretenimiento que encontró en las apuestas.

La miseria en su casa aumentaba conforme Tomás se sentía más osado y con el deseo de ganar fortuna de golpe.

Tomás se enfrentó con un teniente y ganó. Éste le exigió la revancha sólo que la apuesta había aumentado considerablemente. Tomás perdió esta vez. Pálido y sin fuerzas guió a todo el pueblo al lugar donde guardaba su tesoro. No lo encontró. El teniente comenzó a golpear a Tomás pero este fue protegido por el turco alegando que nada se resolvía a golpes. Ni Antonia ni Concha sintieron pena por aquel hombre que regresaba derrotado y miserable. Al poco tiempo se atrevió a salir de casa para no volver jamás puesto que fue muerto a machetazos en el lugar donde debiera de haber encontrado el tesoro.  Las mujeres iniciaron un negocio de comida y pronto desaparecieron los sufrimientos.

Cuento: Boca de sapo

Todo sucede en la región sur y a todo mundo le va mal. Hermelinda, es la mujer que a todos ofrece consuelo. Había escogido este oficio pues le gustaban casi todos los hombres en general y muchos en particular. Nadie salía decepcionado de sus abrazos y caricias. Los obreros y trabajadores la adoraban por su buen humor y buena disposición ya que a menudo, se le veía haciendo caldos de gallina o cosiendo calcetines. Todas las necesidades de aquellos hombres tristes y sin futuro se veían recompensadas por los cuidados y atenciones de Hermelinda quien además, se las ingeniaba para hacer del coito, una especie de juego infantil cuya variedad era capaz de deleitar hasta los gustos más extremos. Uno de esos juegos, conocido como el sapo –especie de rayuela- tenía como premio dos horas efectivas con Hermelinda. Como siempre, toda tranquilidad se ve amenazada con la aparición de un nuevo personaje: Pablo quien para sorpresa de todos, se gano las dos horas con Hermelinda en el juego del sapo. Muchos sospecharon que la anfitriona había ayudado de alguna manera al extranjero pues le había gustado desde un principio. Ante la algarabía y festejo de todos, Pablo y Hermelinda se adentraron en los aposentos de la segunda para salir no en dos horas sino hasta el día siguiente.

Pablo había llegado al sur motivado por los rumores de aquella mujer capaz de hacer feliz a cualquier hombre bajo cualquier circunstancia. Había decidido conocerla bajo cualquier precio y ahora se encontraba con ella. Convencido de que no valía la pena conocer tan estupenda mujer para luego dejarla, planeó la manera de quedarse con ella. Cuando la pareja salió, todos presenciaron como sin decir palabra, pero con una eterna sonrisa en Hermelinda, montaron a caballo y se alejaron de ahí. Varios juegos fueron instalados en el lugar para combatir el tedio de los trabajadores, juegos que nunca fueron usados.  

Cuento: Clarisa

Clarisa era una curandera que había nacido cuando aún no existía la luz eléctrica de modo que vivió  todos los avances científicos y alcanzó fama de santa luego de su muerte. Su capacidad de curandera asombraba a más de uno y su compasión hacía los pobres notoria, pues se desprendía de todas sus pertenencias al toparse con ellos. Vivía en un caserón ruinoso donde había existido su marido,  juez muerto 40 años atrás y de quien los ecos de su voz bien podría seguir escuchando Clarisa. La narradora nos cuenta que Clarisa y el juez tuvieron dos hijos cuyo evidente retraso no menguó su amor por ellos y sí en cambio, fue un factor para que el juez se aislara del mundo y se encerrara en un cuarto para siempre hasta su muerte.

Una noche, un asaltante visitó a la anciana quien, para sorpresa del hampón, no se dejó impresionar y antes aún, le ofreció todo el dinero que le quedaba y té y galletas para la noche. El ladrón y la anciana se hicieron amigos pues éste le platicó las desgracias que en ese momento pasaba y ella lo tranquilizó anotándolo en su lista de protegidos. Durante los siguientes años el ladrón mandó un regalo a su vieja protectora hasta su muerte.

Clarisa tenía todo tipo de amistades, de hecho conocía a gente de cierto poder a los que pedía ayuda para sus protegidos.

Pasado el tiempo –y a pesar de tener ya a su esposo aislado del mundo- Clarisa tuvo todavía otros dos hijos más que nacieron sin ningún problema y que ayudaron a la madre con sus dos primeros vástagos.

Pasados los años, Clarisa se las ingenió para mantener a sus cuatro hijos y además personas que dependían de ella. Ya anciana, se enteró que el Papa visitaba la ciudad, lo cual le inyectó nuevos bríos para ir a verlo en persona pues desconfiaba profundamente de la televisión. 

De regreso en casa, Clarisa le avisó a su esposo que estaba por morir a lo que el juez le repitió que no estaba para que lo molesten. Una mujer –la narradora- ayudó a Clarisa a esperar serena la muerte. Fue testigo de las interminables visitas que recibió la anciana –una de ellas el ladrón que convido a cenar- y testigo de la única confesión que hizo: se había negado a cumplir sus deberes conyugales. Fue la confesión que bastaba para que la narradora notara que un señor de alcurnia que venía a despedirse de ella, poseía los mismos gestos y porte que sus dos últimos hijos. Esa noche murió Clarisa.  

Los cuentos de Eva en su contexto literario

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 CUENTOS DE EVA LUNA
Publicado en 1994, Cuentos de Eva Luna reúne veintitrés cuentos en donde vuelven a aparecer algunos de los personajes de su obra anterior Eva Luna: Rolf Carlé, el fotógrafo marcado por los horrores de la guerra; Riab Hlabí, el árabe de corazón compasivo; la maestra Inés; el Benefactor…

Historias enmarcadas por la sensualidad de Las mil y una noches, pero también por el exotismo y misticismo. En esta clásica narración se van desgranando Dos palabras, Niña perversa, Clarisa, Boca de sapo, El oro de Tomás Vargas, Si me tocaras el corazón, Regalos para una novia, Tosca, Walimai, Ester Lucero, María la boba, Lo más olvidado del olvido, El pequeño Hedelberg, La mujer del juez, Un camino hacia el Norte, El huésped de la maestra, Con todo el respeto debido, Vida interminabe, Un discreto milagro, Una venganza, Cartas de amor traicionado, El palacio imaginado, De barro estamos hechos…Historias en las que las mujeres son las protagonistas, mujeres cuya historia queda marcada por su atributo sexual de mujer, enamoramientos imposibles o, al menos, vedados a la moral tradicional, mujeres violadas –un tema casi omnipresente en sus libros-. Denunciando la brutalidad, ejercida dentro de las relaciones de convivencia más tradicionales, la familia, el matrimonio…Historias de amor y violencia secretamente entrelazadas por un fino hilo narrativo y un rico lenguaje que recrea las azarosas peripecias de los personajes en un mundo exuberante y voluptuoso.

Africa Silvelo

Español, lengua y culturas